10 de julio de 2016

Los ineptos


Los ineptos
En España estamos adormecidos, entorpecidos, insensibles
 
 

En España estamos adormecidos, entorpecidos, insensibles. Nos han hecho creer que los ineptos son unos “pobres buenos tipos”, que no hacen daño y hasta merecen recibir nuestra misericordia, como si la ineptitud fuera una condición natural y no una decisión racional de no hacer, de no esforzarse, de no querer superarse. Y eso es lo que últimamente premiamos en empleados de la administración, en los alumnos y en los gobernantes.

 “La psicología de los hombres mediocres se caracteriza por la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal. El horror a lo desconocido los ata a mil prejuicios, tornándolos timoratos e indecisos: nada aguijonea su curiosidad, carecen de iniciativa y miran siempre al pasado”.

El hombre inepto que se aventura en la liza política y social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que existe otra cosa, la gloria, ambicionada solamente por las personas superiores. Aquel es un triunfo efímero, al contado: esta es definitiva. El inepto mendiga; la otra se conquista.

Los mediocres de todos los tiempos son enemigas del hombre virtuoso: prefieren el honesto y lo encumbran como ejemplo. La virtud eleva sobre la moral corriente; implica cierta aristocracia del corazón, propia del talento moral; el virtuoso se anticipa a alguna forma de perfección futura y le sacrifica los automatismos consolidados por el hábito. El honesto, en cambio, es pasivo, aunque permanece por debajo de quien practica activamente alguna virtud y orienta su vida hacia algún ideal limitándose a respetar los prejuicios que lo asfixian. Admirar al hombre honesto es rebajarse; adorarlo es envilecerse.
Siempre hay ineptos. Son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia. En las épocas de exaltación renovadora se muestran humildes, son tolerados; nadie los nota, no osan inmiscuirse en nada. Cuando se entibian los ideales y se reemplaza lo cualitativo por lo cuantitativo, se empieza a contar con ellos. Se aperciben entonces de su nuecero, se mancomunan en grupos, se arrebañan en partidos. Crece su influencia en la justa medida en que el clima se atempera; el sabio es igualado al analfabeto, el rebelde al lacayo, el poeta al prestamista. La mediocridad se condensa, se convierte en sistema, es incontrastable.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario