15 de julio de 2013

El miedo ha hecho de nosotros unos esclavos


El miedo ha hecho de nosotros unos
 
esclavos
 
 

El miedo ha hecho de nosotros unos esclavos y ese mismo miedo nos mantiene en esa condición.  Nos inclinamos ante los políticos como si fueran los amos del mundo; aceptamos esta vida de humillaciones y de miseria, solamente por temor. Miedo a los cambios, miedo a perder lo poco que tienes, miedo al miedo.
Nosotros los ciudadanos de a pie, a pesar que somos mucho más numerosos, nos doblegamos frente a la minoría que nos gobierna. La fuerza de los políticos no la obtienen de su policía sino de nuestro consentimiento. Justificamos nuestro miedo, nuestra cobardía al enfrentamiento legítimo contra las fuerzas que nos oprimen con un discurso lleno de humanismo moralizador. Nosotros rechazamos la violencia porque nuestros padres, nuestros profesores y nuestra moral nos dicen que no hay que recurrir a la violencia para solucionar los problemas, estamos anclados en los espíritus de aquellos que se oponen al sistema defendiendo unos valores que el mismo sistema nos ha enseñado.
Pero los políticos cuando se trata de conservar su hegemonía, de conservar el poder, de conservar sus privilegios  no vacilan nunca en utilizar la violencia de la forma que sea y como sea. Sin embargo, entre nosotros existen algunos individuos que escapan al control de las conciencias, pero todos estos están bajo vigilancia. Todo acto de rebelión o de resistencia es asimilado como una actividad desviada o terrorista.
Ahora bien, como ciudadanos modernos estamos convencidos de que no existe alternativa a la organización política actual, hemos tirado la toalla, ya nos conformamos con lo que tenemos, y el que tiene algo solo piensa en que no se lo quiten, se acabó la lucha.
Los políticos han convencido a la clase dominada que adaptarse a su ideología es lo mejor, equivale a adaptarse al mundo tal como es y tal como ha sido siempre. Soñar con otro mundo se ha convertido en un crimen condenado al unísono por los medios y por todos los poderes.
La clase política a través del deporte mediático, nos representan el éxito y el fracaso, el esfuerzo y  las victorias que el ciudadano moderno ha dejado de vivir en carne propia. Su insatisfacción lo incita a vivir por encargo frente a su aparato de televisión. Mientras que los emperadores de la Antigua Roma compraban la sumisión del pueblo con pan y circo, hoy en día, es con divertimientos y consumo del vacío que se compra el silencio de los ciudadanos.
 
No obstante, los ciudadanos. Creen votar y decidir libremente quién conducirá sus asuntos, como si aún pudieran elegir. Pero, cuando se trata de escoger la sociedad en la que queremos vivir, ¿creen ustedes que existe una diferencia fundamental, entre la socialdemocracia y la derecha populista  en España, entre demócratas y republicanos y entre laboristas y conservadores? No existe ninguna oposición, puesto que los partidos políticos dominantes están de acuerdo en lo esencial: la conservación de la presente sociedad mercantil. Ninguno de los partidos políticos que pueden acceder al poder pone en entre dicho el dogma del mercado. Y son esos mismos partidos los que, con la complicidad mediática, acaparan las pantallas; riñen por pequeños detalles con la esperanza de que todo siga igual; se disputan por saber quién ocupara los puestos que les ofrece el parlamentarismo mercantil. Esas pobres querellas son difundidas por todos los medios de comunicación con el fin de ocultar un verdadero debate sobre la elección de la sociedad en la que queremos vivir. La apariencia y la futilidad dominan sobre el profundo enfrentamiento de ideas. Todo esto no se parece en nada, ni de lejos, a una democracia.
La democracia real se define en primer lugar y ante todo por la participación masiva de los ciudadanos en la gestión de los asuntos de la ciudad. Es directa y participativa. Encuentra su expresión más auténtica en la asamblea popular y en el dialogo permanente sobre la organización de la vida en común. La forma representativa y parlamentaria que usurpa el nombre de democracia limita el poder de los ciudadanos al simple derecho de votar; es decir, a nada. Escoger entre gris claro y gris oscuro no es una elección verdadera.  Las sillas parlamentarias son ocupadas en su inmensa mayoría por la clase económicamente dominante, ya sea de derecha o de la pretendía izquierda.
No hay que conquistar el poder, hay que destruirlo. Es tiránico por naturaleza, sea ejercido por un rey, un dictador o un presidente electo. La única diferencia en el caso de la “democracia” parlamentaria es que los ciudadanos tienen la ilusión de elegir ellos mismos al amo que deberán servir. El voto nos ha hecho cómplices de la tiranía que los oprime.
Los ciudadanos  no somos esclavos porque existen amos, sino que los amos existen porque nosotros los hemos elegido para que siguieran siendo nuestros amos.
 
JClemente
 

 

 

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