13 de enero de 2013

 
 
La Castaña
Hace unos años se me ocurrió plasmar en un escrito todo lo que me inspiraba un hecho tan simple, como es comprar un paquetín de CASTAÑES en esos puestucos que encontramos por les zones concurrés de cualquier capital del Norte de España. El escritu en cuestión mandelu a un periódicu regional en Guipúzcoa y publicáronlu en la edición de un fin de semana. voy reproducilu aquí en vuestra página y si queréis, echai un vistazu. A ver si os resulta familiar to esto que toy diciendo.
Castañas
Conozco a mucha gente que prefiere el Otoño a cualquier otra estación del año. Esgrimen argumentos para esta elección capaces de convencer por completo a quienes no compartan tal gusto. En nuestro territorio el clima se vuelve suave y las brisas son aún agradables y no molestas; el
paisaje en los montes presenta contrastes diversos por las hojas que van acumulándose en el suelo y el color verde intenso se convierte en tonos ocres y amarillentos que marcan el inconfundible rasgo otoñal. En mi caso particular, hablar de otoño es evocar momentos de mi niñez que tienen hoy total presencia a pesar del paso de los años. Decir otoño es hablar de un fruto característico y enormemente apreciado en mi Asturias natal: LA CASTAÑA. Era en el mes de noviembre cuando
solíamos acudir en pandilla hacia los montes de Langreo con mochila al hombro, a recoger unos kilos de castañas, que extraíamos con maestríaabriendo el caparazón en forma de erizo donde se encuentran desde su nacimiento. En el dialecto asturiano (BABLE) este hecho tiene nombre propio. Allí, para nombrar la acción concreta de ir a recoger castañas, dicen “ir a la gueta”. Y tras ir a la gueta nos reuníamos en cualquier descampado cerca de nuestras casas para el “amagüestu”, que era el nombre (y me imagino que seguirá siendo) de una especie de convite que nos dábamos comiendo las castañas asadas directamente al fuego hecho al aire libre, sobre el que se colocaba una chapa de hierro donde se esparcían los ricos frutos comestibles hasta el momento de llevarlos a
la boca.
Mantengo esta costumbre de comer castañas en otoño, pero ahora es un acto mucho mál
impersonal y carente de cualquier encanto. De vez en cuando me acerco a esos castañeros que se instalan en nuestras calles y compro un cucurucho de castañas para degustar estos frutos tan entrañables. La semana pasada pasaba por la Plaza de Guipúzcoa en San Sebastián para cumplir con este rito en un puesto pequeñito que todos los años allí se coloca al lado de la Diputación . La docena cuesta hoy 2 euros, lo cual equivale a decir que cada castaña tiene un precio de 17 céntimos, o sea 28 de las antiguas pesetas… No importa; se puede pagar un poquito más, incluso, para disfrutar de esta degustación tradicional. Observo que el cucurucho no es de papel de periódico como estaba acostumbrado a ver, en años anteriores; el castañero me explica que “Sanidad” había dictado normas para obligar el uso de papel virgen, por eso de la tinta que desprende la prensa….. Curiosa orden en beneficio de la salud de los comedores de castañas, pensaba yo para mis adentros. Me fijo en dos sacos que contenían carbón, combustible y materia prima básica que contribuye al asado de este preciado alimento en un hornillo de hierro portátil. Ponía en español “importado de Eslovaquia”. Es evidente y correcta mi deducción. El carbón de las minas asturianas ya no es rentable ni para asar castañas… No hay duda de que los más de 15.000 mineros que existían en las cuencas del Nalón y del Caudal cuando abandoné Asturias, allá en el inicio de los setenta, tienen la consideración de raza extinguida. Hoy el carbón se trae de los
Países del Este y se aplica a cualquier sector que lo precisa como parte de su proceso productivo. Sector eléctrico, químico, siderúrgico y además, también se utiliza para asar castañas según acabo de enterarme.
Pero antes de abandonar el pequeño punto de venta de la Plaza de Guipúzcoa, con el cucurucho entre las manos, echo una ojeada a otros dos sacos grandes donde estaban las sabrosas castañas crudas, antes de ser asadas. Y en inglés ponía en letras grandes “IMPORTADO DE TURQUIA”.
Me extrañaba el rótulo y volví a preguntar al castañero, que con una sonrisa en los labios me informaba que era cierto. Las castañas que se venden aquí, en San Sebastián, normalmente proceden de Turquía. Pocas se cultivan en Avila. Y ninguna, según parece, se recoge en el País Vasco y alrededores….
He saboreado, como siempre, la docena de castañas compradas. Pero me ha quedado un mal sabor de boca. Aún no me puedo creer todo lo que he descubierto. Las castañas ya no son ese producto típico tradicional; los avances tecnológicos le han postergado a un ámbito puramente mercantil. Se sirven en un papel blanco impoluto, cuando antes el cucurucho era papel de prensa (digo yo que la tinta no tiene trascendencia alguna, cuando el caparazón protege adecuadamente a la parte comestible). El carbón para el asado viene de Eslovaquia, las castañas se cultivan en Turquía... No termino de creérmelo.
Posiblemente me haya encontrado con el más representativo ejemplo de
la globalización. ¡Qué pena!.

 J. Aurelio Rabanal
 
La sabiduría popular dice que cuando la ciudad empieza a oler a castañas empieza la campaña de navidad.


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