¿Qué pasa con nuestra democracia? ¿Qué es lo que nos
ocurre?
Está tan postrada la democracia, que los españoles ya no pueden
sentirse orgullosos. Hace apenas 37 años, tras la muerte del dictador Franco,
la situación era diametralmente opuesta: la democracia era saludada
por los ciudadanos en masa con un entusiasmo que conmovió al mundo, estábamos orgullosos
de lo que se había conseguido.
Pero ahora la realidad es otra, la democracia española, víctima de
un tridente letal, mal diseño, malos políticos y malos gobiernos, ha envejecido
deprisa y mal, hasta el punto de que hoy, dividida, corrupta, desprestigiada y envilecida, ya no es apreciada
ni valorada por los españoles.
Ocurre algo similar con los políticos. Hace apenas dos décadas eran los héroes de la sociedad, la
vanguardia y el modelo en el que todos se miraban. Las madres de
entonces soñaban con que sus hijos se parecieran a Adolfo Suárez o a Felipe
González, pero hoy muchos españoles no se atreverían a llevar a su casa a un
político y menos a presentarlo a su familia. Han destrozado su imagen en un tiempo record y de ser héroes de la
libertad y ejemplos a imitar han pasado a ser considerados corruptos, ineptos y
personas poco dignas de confianza.
La democracia española está en crisis. En las
universidades y centros de estudios se dice desde hace años que el régimen
político de España no es una democracia sino una partitocracia hipertrofiada o
una oligocracia de partidos, pero lo grave es que ahora eso mismo empieza a
decirlo el pueblo, aunque con otras palabras, camarilla de ladrones, pandilla
de chorizos etc…
A los españoles se nos ha caído el velo y ya no sienten orgullo de
su sistema, ni de sus dirigentes y consideran la política poco menos que como
una carrera propia de desalmados y de gente sin escrúpulos. Hay pocos españoles que no
afirmen que el urbanismo está corrompido hasta el tuétano o que sea capaz de
negar que miles de políticos se hayan hecho ricos con la especulación, la
corrupción y el abuso del poder. En muchas familias
españolas que se consideran honradas y celosas de los viejos valores y principios,
está prohibido hablar de política y, en cualquier caso, se considera de mal
gusto, hoy día es fácil escuchar en cualquier lugar, ¿no me hables ni de política
ni de políticos?.
Los partidos políticos son contemplados como monstruos temibles,
que inspiran miedo por su poder, a los que nadie tiene la osadía de
enfrentarse. Los partidos tienen la imagen de aparatos de poder, manipuladores,
implacables con sus enemigos y cómplices de sus amigos, minado de gente
disciplinada pero con poca moral, dispuesta a todo, incluso a la traición y a
renunciar a principios y valores, con tal de subir y medrar.
Los políticos, corporativamente, han perdido esa dimensión
ejemplarizante que los clásicos siempre consideraron como parte sustancial del
liderazgo. Los
políticos ya no son un ejemplo para nadie. Lo malo es que su
ejemplo está cundiendo y su degradación está contaminando a la sociedad, a gran
velocidad. La gente insulta a sus vecinos porque ve cada día a los políticos
insultarse entre ellos; la gente ansía el dinero ajeno porque cree que también
lo hacen los políticos; la gente humilde cree que el esfuerzo y la preparación
no sirven para nada y que lo importante es ser amigo del alcalde, del concejal
o del diputado. Desde la cúspide del poder no se ofrecen ejemplos edificantes a la
ciudadanía. La sociedad se ha envilecido con sus líderes y el envilecimiento
ha emanado, lamentablemente, de lo público.
La democracia española, ciertamente, no aguanta ni medio análisis
científico: los grandes poderes del Estado, incluyendo el poder judicial, están
contaminados e invadidos por los todopoderosos partidos políticos, partidos que
han doblegado al funcionariado y ocupado también el Estado y la sociedad,
incluso aquellos espacios de la sociedad civil que les estaban vedados en
democracia.
Casi todas las instituciones propias de la sociedad civil están
ocupadas o compradas por el poder político: las universidades, los sindicatos,
la patronal, las cajas de ahorros, la mayoría de las sectas y religiones, la
enseñanza, muchos colegios profesionales y un inacabable número de
instituciones y empresas que deberían ser independientes pero que han sido
compradas por el poder público con subvenciones, favores, tráfico de
influencias, ventajas, concursos amañados y mil trucos más.
Como consecuencia de todo esto, la sociedad civil española está
casi en estado de coma y los ciudadanos más informados y conscientes, desconcertados,
desesperados por la ruina democrática o al borde de un ataque de pánico. Los
ciudadanos han sido expulsados de la política por unos partidos que quieren
ejercerla en régimen de monopolio. Las listas cerradas y bloqueadas arrebatan al ciudadano hasta su
derechos constitucional a elegir a sus representantes políticos, ya que, en
realidad, son los dirigentes políticos, los que eligen al confeccionar esas
listas, ante las que el ciudadano ni siquiera puede seleccionar nombres.
La lista de irregularidades y fallos de la democracia española es
casi interminable y alcanza hasta aquellos espacios y funciones que se
consideran como el santuario del sistema. Un ejemplo contundente: cualquier diputado español
elegido como miembro de las Cortes para que represente al pueblo tiene, de
hecho, menos libertad que cualquier ciudadano común. No puede hablar
sin que su jefe de filas le dé permiso, ni puede presentar iniciativas por su
cuenta. Si un día se atreve a votar en contra de su partido, porque se lo dicte
su conciencia, su carrera política habría terminado “ipso facto". En decenas de casos, los
diputados electos son poco más que máquinas de votar bien remuneradas que no
hacen uso de la palabra en toda la legislatura y que ni siquiera conocen a los
ciudadanos a los que dicen representar.
La depravación del sistema ha alcanzado ya lo bizarro, pero lo
trágico es que al final, aunque nos estén llamando imbéciles, saltamos cuando
nos lo mandan los políticos (las elecciones). Ya sabemos que todos los poderes
están aliados y que la única consigna es "el espectáculo debe
continuar"; el problema es que hemos sido programados para ser dóciles y adictos
(ejemplo la audiencia de tele 5, el futbol, los reality show etc.). ¿Cómo se cura eso?
Yo propongo QUITEMOLES LAS CARETAS.
Hay más ejemplos del mismo calado, cientos de fisuras
antidemocráticas en el sistema, decenas de violaciones constantes a la
Constitución vigente y miles de denuncias que hacer, pero eso será en otro
momento.
QUITEMOLES LAS CARETAS.
J.Clemente
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